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El maravilloso poder que da decir que no
Todos hemos pasado alguna vez por situaciones en las que queremos decir que no y terminamos diciendo sí. Nos hacemos esas pequeñas traiciones a nosotros mismos. En ocasiones, el sí se nos sale de la boca en forma automática.
Todos hemos experimentado esas veces en las que por soltar un sí no deseado, hemos terminado abrumados o sobrecargado por aceptar demasiadas tareas o responsabilidades. ¿Podríamos contar las situaciones en que hemos accedido a lo no queríamos sólo por ese deseo de quedar bien con alguien más?
Claro, ¿dónde está el valiente que le dice que no a una petición al jefe o que se anima a llevarle la contraria? Pero, si detrás de un sí, ¿cómo no?, hay noches sin dormir, lágrimas de cansancio, dolores de cabeza, mala alimentación; si después de un desde luego que sí hay un vacío y un corazón roto al que se le acabaron las ilusiones y extravió la meta, algo anda mal.
Es aquí en donde toca reflexionar. Por alguna extraña razón, hemos creído que decir que sí es lo esperado, lo que se desea que expresemos y no es necesariamente así. Un verdadero líder no se asusta al ser cuestionado por su equipo de trabajo. Una persona que está acostumbrada a dirigir sabe apreciar un punto de vista diferente, incluso si es adverso. En los negocios, aceptar todo lo que dice la contraparte nos puede llevar a perder más de lo que ganamos. Decir que no es un rasgo de inteligencia. Negarse en vez de asentir en todo tiempo y en todo lugar es una herramienta preciosa de negociación.
La realidad, detrás de estas situaciones en que terminamos accediendo a lo que no deseamos, es que constantemente nos enfrentamos a circunstancias en las que decir sí resulta más fácil. En este caso más fácil equivale a más cómodo. Se supone que las preguntas que tienen respuestas sí/no son las más sencillas de contestar. No es necesariamente así. El impacto que puede tener tanto una afirmación irreflexiva como una respuesta negativa dada a conciencia deja una huella que puede impactar en nuestra cotidianidad y nuestra vida a largo plazo.
La palabra no es una de las expresiones de negación más simples y antiguas en español y se compone de una única sílaba. Es un monosílabo poderoso. No obstante, si es una palabra tan simple, ¿por qué nos resulta tan complicado usarla? La respuesta es evidente: contestamos lo que creemos que nuestro interlocutor quiere escuchar, sin medir el impacto. A veces, es cierto, se necesita valentía. La mayor parte de las veces, lo que hace falta es un punto de reflexión. Una vez pronunciado el sí ya no hay manera de regresarlo a la boca.
Decir no es una habilidad que, aunque parezca simple, posee un gran poder en sí mismo, pero requiere esfuerzo. Aprender a decir no, es asumir un control total sobre nuestras elecciones, estableciendo una línea de límites muy definida. No se trata de volvernos un contreras a ultranza, tampoco. Es tomar el timón en nuestras manos y hacernos responsables del rumbo. El uso correcto y equilibrado de esta palabra nos ayuda mantener un óptimo balance entre lo que queremos y podemos hacer.
Y aquí está el centro de todo, nadie está obligado a lo imposible. Decir que no a lo que no podremos hacer o no queremos es mostrar un punto de respeto por nosotros mismos y por la persona que nos está requiriendo algo que se va más allá del extrarradio de nuestras habilidades o posibilidades.
En nuestra toma de decisiones diarias o en las tareas cotidianas requerimos de planeación para destinar el tiempo necesario y suficiente a las actividades que demandan prioridad o un nivel de atención superior. No podemos hacer todo al mismo tiempo ni estar en todo lugar a la vez. Si nos sobrecargamos de trabajo y actividades, la calidad de nuestro desempeño se viene abajo. Por otro lado, es importante mencionar que decir no, no es un sinónimo de egoísmo o de no haber desarrollado la habilidad de trabajar en equipo.
No es más, utilizar adecuadamente la palabra no resulta ser una demostración de responsabilidad tanto con uno mismo como con aquellos que nos rodean. Claro que no podemos ser ingenuos, algunas veces nuestra negativa puede encontrar un mal puerto. En la forma del pedir está el dar, dice el viejo dicho popular. Es importante tener presente que no siempre la respuesta será positiva. Al rechazar tareas o compromisos que no nos son viables de cumplir adecuadamente, estamos reflejando un acto de respeto propio y de respeto hacia los demás. Pero hay que sustentar nuestra negativa para que no se tome como un rechazo o un rompimiento.
Un no a tiempo puede ser nuestra tablita de rescate. Una negativa bien planteada nos permite concentrar nuestra atención y esfuerzo a lo que realmente podemos manejar, en aquello que nos gusta y para lo que realmente somos buenos. Decir que no es una decisión responsable, madura y adecuada que nos ayuda a mantenernos auténticos, fieles a nosotros mismos.
Además, aprender a decir no resulta ser un buen método para fomentar nuestra salud mental. Al decir sí siempre, para todo y en cualquier circunstancia nos hacemos responsables de cumplir con ciertas cargas o compromisos que s pueden ocasionar ansiedad e incluso pueden influir en nuestro estado de ánimo. Si nos saturamos de actividades que no nos corresponden, no sabemos hacer o no nos satisfacen, dejamos de hacer lo que nos corresponde, lo que sabemos y lo que nos satisface.
A diferencia de esto, el “no” nos da libertad así como el espacio y tiempo para atender nuestras necesidades y responsabilidades. El uso del “no” es fundamental para construir una vida equilibrada, balanceada y con un propósito presente. El no es una palabra sumamente poderosa, al ser tan sólo una palabra compuesta por dos letras, se pronuncia rápido pero, nos permite establecer límites, cuidar de nuestra salud mental y priorizar aquellas cosas o situaciones que lo requieren.
Decir no, no significa dejar pasar oportunidades, sino abrir las puertas a muchas más posibilidades y elegir aquellas que son realmente compatibles con nuestros objetivos. Ponerlo en práctica puede ser desafiante, pero sus beneficios son enormes y de efecto de amplio espectro.
Saber decir no es abrir espacio para lo que realmente importa, es relevante y nos gana un espacio de respeto frente a nuestros superiores, a nuestros pares y a nuestros subordinados. También nos da la oportunidad de ser objetivos al momento de identificar nuestros propios límites y prioridades. No está mal, ¿verdad? Parece que esos nos que se pronuncian con reflexión nos ayudan a descubrir nuestros propios rasgos de identidad. Y sí, nos ganan respeto.
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